domingo, 25 de septiembre de 2011

Paris, Je T'Aime

“Siempre nos quedará Paris” fue la famosa frase que Humphrey Bogart le dijo a Ingrid Bergman en Casablanca. En cierta medida, los amantes sabían que esa ciudad siempre permanecería como el único lugar en el que siempre les quedaría el recuerdo imborrable del amor que sintieron tiempo atrás de reencontrarse en Casablanca. París era tan intacto como el sentimiento. Era su lugar dentro de un mundo de infinitas casualidades.

La ciudad de las luces fue de los amantes. Pero también fue el sitio que avivó las ideas y pasiones de muchos intelectuales hoy inmortalizados. Hemingway se enamoró de ella durante los años que fue periodista en la guerra mundial. El escritor manifestó una vez que estando en esa mágica ciudad con su esposa, “éramos pobres, pero muy felices” ya que “Paris es una fiesta que nos sigue”. Más tarde, Cortázar caminó la misma ciudad amando intensamente cada callecita por la que transitaba – pensando quizá en cómo transmitir esa pasión a través de los encuentros que Oliveira mantenía con la Maga en algún cine, café o en algún rincón del Barrio Latino.

En “Medianoche en París”, Woody Allen abre la película con postales que homenajean la ciudad que vio a los intelectuales madurar. De alguna forma, intenta representar esa inexplicable fragancia que emana. Exhibe en el filme los tonos dorados que reinan en la noche y la magia de sus calles y parques. Allen utiliza a la belleza de Paris para plantear con cierta sensibilidad un mensaje de literalidad rotunda: el sentimiento de nostalgia que se manifiesta en la inconformidad con un presente que no le otorga a ciertas un lugar en el mundo.




¿Cuántas veces muchos de nosotros llegamos a sentir que nacimos en la época equivocada? Es decir, ¿cuántas veces imaginamos buscar en otro lugar nuestro lugar de pertenencia? A lo mejor, la literatura funcionó como el disparador que avivó ese sentimiento. Más de una vez, las mujeres terminamos algún libro de Jane Austen y al cerrar la tapa, suspiramos añorando vivir un cuento de hadas tan envidiable como aquel que Lizzie Bennet y Mr. Darcy vivieron en los hermosos campos de la Inglaterra del siglo XIX.

Algo similar ocurre con el protagonista del “Medianoche en París”, Gil Pender (Owen Wilson). Para él, la capital francesa es la representación de esa maravillosa magia que le otorgará inspiración y un infinito mundo de oportunidades. Wilson compone a un exitoso guionista de cine norteamericano insatisfecho con su trabajo, con un libro sin terminar y una prometida (Rachel McAdams) demasiado superficial.

Gil es de las personas que creen en que cualquier pasado siempre fue mejor. Por eso llega a Paris, buscando revivir las huellas que allí dejaron sus héroes literarios y deseando que esos índices le ayuden a completar su novela. Sin embargo, su entorno –compuesto por los millonarios padres conservadores de su prometida y un pedante intelectual- pareciera volvérsele en contra de sus aspiraciones, acusándolo de que la nostalgia que exterioriza “es la negación del presente”.

No obstante, la incomprensión que vive Pender por sus sueños, justamente es el sentimiento que lo lleva a abandonar el presente para transportase cada medianoche a los dorados años 20. Allí conocerá a sus máximos ídolos, entre los que se encuentran Ernest Hemingway, Scott Fitzergarld y Gertrud Stein.
En esos viajes a través del tiempo, Gil comparte el presente de sus intelectuales favoritos. Conversan y exponen ideas, entabla amistades, concurre a fiestas, reuniones, incluso logra que Stein mire su novela. Se enamora de encantadora “groupie de intelectuales”, una especie de de Maga de Cortázar, repleta de pasiones más que de filosofías.

Para lo que Gil ese es un presente ideal. Sin embargo, para los intelectuales es lo cotidiano y, por lo tanto, lo banal e insustancial. En cambio, “La Belle Époque”, es para ellos el momento glorioso en el tiempo: allí sí había ideas y belleza por doquier.


De esta manera, el protagonista logra comprender la profundidad de la existencia humana y el rol que debe asumir como escritor. Y lo hace a través de Gertrud Stein, quien le explica que “todos tenemos la muerte y nos cuestionamos nuestro lugar en el universo. El trabajo del artista no es sucumbir a la desesperación, sino encontrar un antídoto para el vacío de la existencia.”

“Medianoche En París” acaba siendo embarazosamente empática. Es imposible no identificarse con el personaje nihilista de Owen Wilson, quien es seducido por las oportunidades de un mundo que ya existió. En ese sentido, sí es probable que la nostalgia sea negar el presente. Pero quien dijo eso, jamás entendió que en soñar o añorar otro mundo está la clave que día a día nos permite avanzar en la concreción de nuestras metas.

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