“Con tanto llanto de trompeta/ mi corazón desesperado
/va llorando, recordando mi pasado”
(Rafael – Balada de Trompeta)
-Si de gustos no hay nada escrito, hay películas que son de tan mal gusto que -al menos- algo debe escribirse en advertencia. Me pasó con Balada de Triste Trompeta, el último filme de Alex de la Iglesia. No me gustó, Tal es así, que al momento de escribir la crítica para un sitio web, me faltó la inspiración. No la conseguía, no lograba sacarla o tratar de forzarla para que salga de ningún lado. Le busqué la vuelta, traté de entender qué quería lograr la película y luego caí en que no puedo forzar que me guste lo que no tiene remedio y por eso, escribí un texto patéticamente mal escrito que lo posteo más porque temo que el blog quede abandonado que por otra interés. Mis razones por las que Balada... no me gustó. Ojo, rescato un par de cosas. Un filme (como un libro) jamás es MALO. Siempre tiene algo mínimamente bueno: algún momento gracioso, algún actor hermoso, escenas dramáticas bien logradas, fotografía y en este caso -NO MIENTO-: las luces.
Veamos. Alex de la Iglesia tiene un estilo grotesco e impertinente. Se ríe en la cara de quienes optan por una estética dentro del cine y de los críticos que buscan etiquetarlo en un género. A lo mejor, dentro de esa burla, “Balada de Triste Trompeta” sea el producto más significativo de de la Iglesia. Tal vez por ello dos payasos son los protagonistas de un largometraje que echa toda la carne al asador, pero cuyo resultado es un total derrape hacia el vacío.
El director de películas tan entrañables como “El día de la Bestia” es llamado por muchos el “Quentin Tarantino español”. Sin embargo con esta última entrega, de la Iglesia demostró que el apodo puede resultar algo premeditado, al menos para quien escribe aquí. Tarantino (aunque no lo parezca) es un genio que sí demuestra conocer cuál el límite dentro de la violencia, la cual minimiza vía el humor.
Por el contrario, de la Iglesia no supo expresarlo.
Cayó en los excesos que -si bien son típicos de él- aquí se van por la tangente. El derroche de violencia, vulgaridades, sexo, humor negro, masoquismo y locura no logran un producto firme; sino un filme inconsistente, forzado y por momentos absurdo. Pero en lo mucho que pierde, también gana, porque es un director que sabe atraer espectadores a partir de la originalidad para narrar relatos, la belleza de la fotografía y la casi perfección que logra mediante el juego de luces.
"Balada de Triste Trompeta” comienza a partir de una sucesión de imágenes y fotografías en blanco y negro sobre la España del siglo pasado que funcionan como un disparador que anticipa sobre qué tratará la película. En un impase, nos encontramos en un escenario oscuro, en el cual dos payasos, iluminados por una ténue luz, montan un espectáculo en plena Guerra Civil. Se escuchan bombas y disparos de fondo. Luego aparece el Ejército Popular y recluta a los payasos para luchar contra los Rebeldes. Los populares caen. En el campo de batalla sólo sobrevive un payaso, el padre del pequeño Javier, un niño que desea continuar con la herencia del circo. Antes de morir, su padre le aconseja que sea un Payaso Triste, aquél que es objeto de burla por las bromas que le ocasiona el payaso gracioso. Javier ha sufrido demasiado y jamás podría hacer reír a los niños.
Luego de esta larguísima introducción, pasan los años hasta 1973. Ahora Javier (Carlos Areces) es un payaso triste, repleto de miedos, inseguridades, pero también bondades. En el circo para el que trabaja, conoce a una trapecista llamada Natalia (Carolina Bang), de quien se enamora a primera vista. Ella se siente atraída por él, pero también es presa del amor obsesivo de Sergio (de la Torre) - otro payasito estrella de circo, quien cada vez que se despinta el maquillaje aparece una bestia sádica y despreciable. El amor y la posesión (o no) de una mujer lleva a los dos hombres se conviertan en rivales a muerte.
En realidad, el triangulo amoroso que compone de la Iglesia actúa como una gran metáfora vinculada al comienzo de la película.
Natalia no es una mujer más, sino España: hermosa, indecisa y temerosa; por eso, es seducida por la seguridad que le imparte el autoritarismo de Sergio (símbolo del franquismo). Pero también desea un cambio en su vida y por ello también recurre a la comprensión y la ternura de Javier quien es el único que se atreve a enfrentar a Sergio (ergo, representan los otros reprimidos por el gobierno de Franco). El circo vendría a ser el pueblo: todos sienten agrado por Javier, pero necesitan siempre de Sergio/Franco para seguir adelante y marchar con prosperidad. Por eso, y por la violencia de Sergio, nadie quiere plantar una oposición.
A partir de esta idea central, de la Iglesia construye “Balada de Trompeta Triste”. Sin embargo, en las dos horas de película el relato sufre demasiados giros que denotan que ‘la metáfora’ forzó demasiado la fluidez natural del fime.
No obstante, la interpretación que hace el director sobre la España del siglo XX aparece por de más interesante. Sergio y Javier se enfrentan por una Natalia masoquista, débil y enferma. Pero el payaso triste acaba siendo una parte de Sergio. Es que, Javier está contaminado por un pasado que mientras más reprime, más puja por salir, apropiarse de su vida y llevarlo a cometer hechos brutales. Al fin y al cabo, los actos violentos que lleguen a cometer los personajes son el resultado del circo de la Guerra Civil, aquello que resume con sabiduría un personaje minúsculo del filme: “No somos nosotros, es este país el que no tiene remedio”
La canción de Rafael por la cual, de la Iglesia se inspiró
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