domingo, 25 de diciembre de 2011

Agridulce navidad.

Jo..jo..jo.. (In)feliz Navidad. Detesto esta fecha desde que tengo conciencia. Detesto Navidad porque va a la izquierda de mis creencias y por eso ocupa un insignificante espacio dentro de mi lista de fechas importantes (de hecho, no existe tal). A decir verdad, quizá lo más "hiriente" de estas fechas son las cuantiosas hipocresías que se van tejiendo alrededor de esta celebración. Todos nos volvemos súbitamente católicos pero adornamos un pino que simboliza lo comercial de la fiesta, aunque nos olvidamos que esos pinos crecen en Norteamérica o en cualquier lugar, menos el nuestro. Pensamos regalos, los regalamos y, a cambio, no recibimos nada. Cocinamos para todos y luego el anfitrión tiene que limpiar. Nos volvemos católicos, sí. Pero de las puertas hacia afuera. Una linda fachada verde, roja y blanca pintamos en Navidad.  Somos católicos, pero salimos a bailar, emborracharnos, tirar pirotécnica e incendiarnos. Y usted me dirá que me hace falta un poco más de vida. Me hace falta un macho, me dirá machísticamente. Pero es así, llega Navidad y nos volvemos hipócritas. O quizá sea yo quien se rodea de basura navideña. 


Luego de tanta descargada sentimental, volvemos al meollo con lo que nos atiende a este blog carente de coherencia temática. En fin. Volvamos al cine y toquemos los temas navideños para no desencajar tanto. 

Navidad es época de garrapiñadas, sidras, pan dulce y películas por la tv. Daniel el travieso, Milagro en la calle 34, el Expreso Polar, el fastidioso Grinch y un sinfin de películas horribles sobre navidad y la existencia de Papá Noel, fantasía y fatal destino de los más chiquitos. 

Pero existen películas navideñas que llegan al 7 en imdb y encima se atreven a pasar ese número. A subirlo un poquito más y no clavarlo en el seco siete. Esas es Love Actually, la mejor película sobre las fiestas. ¿Por qué una historia triillada sobre historias cruzadas ya tan utilizadas es la mejor? Simplemente porque -alejado de las pelotudeces de Papá Noel- es una película hermosa. Siempre me gusta verla por el dulzor y la acidez con la que trata las relaciones humanas. Personajes solitarios, humanos que van en busca del abrigo, de la calidez que implica la Navidad. Y, aunque Hugh Grant actúe en la película, jamás se pierden en diálogos estereotipados. Por el contrario, se  comportan patéticamente, chocan con realidades pero no se dan por vencido. Buscan el amor antes de esa fecha. De forma inconsciente, claro. Porque de eso se trata  la cinta, de la celebración con el (los) otro(s) que amas y -en mi caso- disfrutar del fastidio de la navidad lo mejor que puedas. 

Porque, en resumen, no hay nada mágico en Navidad y Love Actually lo refleja así, en ese grupo de personas que buscan por su cuenta lograr esa magia que nunca existió en Papa Noel, sino en nosotros. En la voluntad por ser felices por lo menos un día, o directamente tomar ese día como el comienzo del camino hacia la felicidad. Ese sentimiento de realización que nos despierta el otro y que ese otro también siente únicamente con nosotros. 


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