Amar sabiendo que jamás será posible, ocasionalmente se convierte en el opio del alma. Hay una cierta adicción en ese sentimiento que se manifiesta como un nudito en la garganta. Quizá sea el deseo que, con la distancia, se vuelva más enorme al punto de devorar por completo nuestra razón. El deseo nos moviliza, es el timón que dirige nuestras vidas hacia un destino incierto. El amor imposible, el deseo irrefrenable de tener la persona y no. El sentido de la distancia. Su impacto en la construcción de la personalidad.
Por alguna razón que va más allá de mi comprensión (a lo mejor sea alguna idea que haya garabateado líneas arribas y no me de cuenta) hay 4 películas asiáticas que me maravillaron y que están atravesadas por esta temática.
"Quizás, quizás, quizás" eran las únicas palabras que respondía la enamorada de la canción de Nat King Cole cada vez que le pedía una señal para que él aunque sea alimentase sus esperanzas. Quizás, quizás, quizás sea una brecha de esperanza que nos aferra y nos atrapa. Esa incertidumbre es hermosa, satisfactoria y violenta. Y así nos convierte.
Deseando Amar y 2046 de Wong Kar Wai son dos de mis largometrajes favoritos. La escencia erótica y el elegante hechizo que merodea la atmósfera de la primera película de la secuela (que en realidad se torna en una trilogía si deseamos incluir a Days of Being Wild) son atrapantes, narcotizantes. Un hombre, una mujer que son vecinos descubren que sus parejas están teniendo una aventura a sus espaldas. Deciden verse entre ellos y jugar a engañarlos. Pero los encuentros no trascienden de eso: del mero juego. Porque no pueden despegarse de la necesidad de estar junto a sus esposos que los rechazan. Entonces salen a merodear por las calles, lloran, se consuelan, planean situaciones hipotéticas en las cuales enfrentan a sus parejas y luego las actúan. Repasan libretos. Son absolutamente ciegos y patéticos porque, en realidad, están enamorados y no hay nada que les importe más que esos encuentros ocasionales en los que ni siquiera se tocan.
El final de Deseando Amar es desgarrador por más que la película se muestre intrascendente para muchos espectadores. Es fácil odiar o amar a Wong Kar Wai. Por ese final, llega 2046 que puede verse como una "innecesidad" ya que se exhibe como una inflexión de la película, una historia completamente diferente con un Tony Leung mujeriego, libertino y desinteresado. Pero yo sí considero que 2046 es necesaria. Sin ella jamás podríamos conocer cómo impactó en él la pérdida del amor improbable que separado por una distancia, lo vuelve aún más imposible. Él perdió a quien pensaba amar en los brazos de otro hombre. Pero encontró el amor de su vida muchos años antes (En Days of Being Wild, donde Maggie Cheung está radiante), lo tuvo, no supo aprovecharlo y lo perdió. Quizás por su mimo carácter de cobarde y débil la perdió. Y quizás por ello cambió y dejó de sentir amor o afectos. Incluso hacia él mismo. Chow Mo-wan me parece el personaje más interesante que conocí en el cine (Sí, ningún rol de Humphrey Bogart le quita el podio!): repleto de melancolías, añoranzas que las plasma en descortesías con el sexo opuesto. Un maravilloso libro fácil de leer.
Quien no es fácil de entender es Toono de 5 Centímetros por Segundo, una película de Makoto Senkai, el "sucesor" de Hayao Miyazaki (pienso que no existen sucesores, sólo 'copiones' que gozan de fama por ello). Este jóven cineasta realizó una película animada cuya calidad de animación es sublime (detesto esta palabra, pero otra no le cabe). La historia -sencilla- no dista mucho de la temática de las anteriores películas. Está presente el amor entre dos niños que compartían todo junto. Los padres de ella vivían trasladándose por trabajo y así él la conoció. Sus padres también estaban en continuo movimiento, pero él lamentó su partida. Siguieron escribiéndose y viéndose de vez en cuando. Luego el destino los volvió a reunir en la secundaria. Pero ese destino, ligado a sus padres, los separó y los llevó a distancias aún más lejanas que las anteriores veces. Así era más difícil verse.
Pero una vez se les dio, se vieron, unieron sus labios y todas las dudas, miedos y angustias que tenían se esfumaron. Porque eso estaba bien, ese lugar, ese beso, el sentimiento era el correcto. No había otra cosa aparte de los dos. Ese destino los cruzó, como muy pocas veces cruza a las personas con el amor de su vida. Ese amor les duraría toda la vida.
Pero la distancia los llevaría a la incomunicación y a la agonía de saber que quizás no volvería a verla. Quizás, quizás, quizás. Esa incertidumbre volvió a Toono volvió hostil, desanimado. Desalmado. Ella se llevó todo lo que él era, le arrancó la vida. Pero si la vida volviese a ponerla en su camino, entonces no habría nada que los separe. Porque, de a ratos, la tiene en la mente - ese material con el que también forja sueños sobre ella.
Finalmente, Tokio Blues, basada en el libro de Haruki Murakami, retoma el amor imposible con muchisima más conmoción. El libro me marcó, la película no. Pero la escencia es la misma: una muerte hizo que dos almas queden encadenadas, la una a la otra, por siempre. Watanabe es la contención de Naoko. Él piensa que ambos se aman. Pero ella es la ausente. Su cuerpo-mente-alma están disociados. El cuerpo, la manifestación de que ella sigue vive está, pero su mente y alma se fueron hace rato con Kizuki. No vale la pena insistir. De todos modos, el vínculo que los une es tan profundo que se vuelven inseparables y así Watanabe -quién más se aferra a la vida- arrastra personas con él, de la misma manera que Toono arrastra a Satomi y Ayaka hacia la misera.
Puede ser reiterativo, pero vale la pena decirlo: el cine incide constantemente en relaciones difíciles de concretar. Pero esa reiteración torna los relatos hacia la trivialidad ya que es muy difícil representar el alma humana, despojada de libretos cursis y penosos. Las 4 historias de hoy están atravesadas por esa constante. Sin embargo, se las arreglan para salir airosas y visualizar a través de la persona el peor de los silencios: el del corazón destrozadas que sigue alimentándose de esperanzas. De ese quizás, quizás, quizás.
Mira ésta genial escena de In The Mood for Love!
El final más elegante, con la canción de Nat King Cole de fondo.
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