Amar sabiendo que jamás será posible, ocasionalmente se convierte en el opio del alma. Hay una cierta adicción en ese sentimiento que se manifiesta como un nudito en la garganta. Quizá sea el deseo que, con la distancia, se vuelva más enorme al punto de devorar por completo nuestra razón. El deseo nos moviliza, es el timón que dirige nuestras vidas hacia un destino incierto. El amor imposible, el deseo irrefrenable de tener la persona y no. El sentido de la distancia. Su impacto en la construcción de la personalidad.
Por alguna razón que va más allá de mi comprensión (a lo mejor sea alguna idea que haya garabateado líneas arribas y no me de cuenta) hay 4 películas asiáticas que me maravillaron y que están atravesadas por esta temática.
"Quizás, quizás, quizás" eran las únicas palabras que respondía la enamorada de la canción de Nat King Cole cada vez que le pedía una señal para que él aunque sea alimentase sus esperanzas. Quizás, quizás, quizás sea una brecha de esperanza que nos aferra y nos atrapa. Esa incertidumbre es hermosa, satisfactoria y violenta. Y así nos convierte.