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Debate por multiculturalismo: Occidente en el ojo de la tormenta.
Vamos a ver cómo es la República del revés
Francia puso en funcionamiento la ley que impide el uso del velo islámico integral a 2000 mujeres que transitan los espacios públicos. Las calles, transportes públicos, escuelas, oficinas de correo, tribunales ya no serán frecuentadas por mujeres veladas de pies a cabeza con sus llamativos burkas o el niqabs. La ley contó la mayoría de los votos emitidos por el partido Unión para un Movimiento Popular, encabezada por el presidente ultraderechista Nicolás Sarkozy. Al término de la aprobación en la cámara alta, la ministra francesa de Justicia, Michele Alliot Marie, felicitó la aprobación del parlamento y calificó como un éxito para la República y los valores democráticos que encarna.
Esta es la ley de la República, fundada sobre las bases de la gran revolución de 1789 que siempre ha defendido la triada utópica de “libertad, igualdad y fraternidad” pero que hoy parece desmoronarse, empalagada por interpretaciones sobre ideales modernos como el laicismo. Así se asiste a una gran verdad, algo que al pensamiento oriental siempre le faltó y que el occidental posee en abundancia: hipocresía en todos los ámbitos.
Si se quiere comencemos por la igualdad, palabra maravillosa para discursos políticos. Lamentablemente es una ilusión óptica creer que pueda existir una sociedad de iguales cuando históricamente la estratificación ha dominado el plano social. Así como fue de público conocimiento el repudiable suceso por el que una viuda fue asesinada en un país islamita al vincularse con otro hombre, lo fue una estadística que indica que 2 millones de mujeres francesas sufrieron episodios de violencia a mano de sus parejas. Sería vergonzoso admitir que no existe desigualdad, opresión y violencia femenina en la sociedad francesa, o que la mujer ha dejado de ser condicionada por el sexo masculino a un determinado estereotipo de belleza. Sin embargo es un festejo de la República despojar de una vestimenta cultural a dos mil mujeres.
En segundo lugar, poca libertad existe en una ley que prohíbe en vez de ‘invitar a no usar’ y proteger a las mujeres que sean hostigadas; pero llorar sobre leche derramada no tiene sentido, pues está derramada y por la cámara de Senadores franceses. Lo que sí no lo está es la sagrada protección de la integridad física y psicológica de las mujeres. Así que es ilógico enunciar una defensa de carácter relativa hacia una religión fundamentalista que rebaja muchachas a las condiciones más deplorables que se conozcan. Sin embargo es un pecado caer en generalizaciones, ya que no todas las mujeres musulmanas residentes en República Francesa conocen las dolencias que sufren sus compañeras en el oriente. Convendría preguntarse, ¿todas las mujeres son maltratadas y sometidas por ‘sus’ hombres a usar velo en Francia? Evidentemente la ley no incluye entre sus premisas que una mujer elija –palabra vinculada a la libertad- usar ese distintivo por estar de acuerdo con el contexto cultural-religioso en el que fue criada.
Por otra parte es menester referirse a los antecedentes. El presidente conservador Sarkozy no dudó al correlacionar inmigración con delincuencia y luego, en agosto de 2010, pagó 350 euros a cada gitano para exiliarlos. Así no es casualidad que en este contexto se huela a deportación cultural. Pero lo lamentable es que las mujeres sean las principales víctimas de una campaña que pretende defenderlas y a la vez se niega a escuchar sus diferentes opiniones, teniendo en cuenta que las musulmanas no conocen el concepto occidental de ‘libertad’.
Siguiendo esta línea, hay que tener en cuenta que la prohibición puede manifestarse en resistencias violentas. Aún así, la cuestión se simplificaría a la máxima excusa expresada través de un ‘mi país, mis reglas’. Y en efecto, quien abandona un país y una cultura para ir hacia otro lugar completamente diferente debe estar sujeto al desamparo legal y las consecuencias que ello implique. Pero ¿no estaríamos olvidándonos de un detalle, la hermosa fraternidad con el otro? Claro que no. Por ello se multa a las mujeres por 150 euros y de premio se llevan unas clases de rehabilitación para convencerlas que el velo integral es una prenda que atenta contra su libertad porque, como declaró el presidente galo Sarkozy, “la república se vive a cara descubierta
Por último falta destronar uno de los ejes del debate por la ley que prohíbe el uso del velo en espacios públicos: el laicismo, pensamiento que enmarca los ideales revolucionarios. En efecto, el Estado laico se forja al calor de la Revolución Francesa, la cual impulsó la formación de un Estado sin grupos de presión religiosos que -valga la redundancia- presionen sobre el espacio público en pro de sus intereses. En otras palabras, se respeta la libertad de culto pero no se financiara u oficializara ninguno. Así este principio de la modernidad se sumó a la escolarización: ahora el laicismo en las escuelas brindaría todas las herramientas para llevar hacia la emancipación humana que formaría una sociedad de iguales. Pero la libertad y su relación a la educación es algo relativo. Para evitar entrar en discusiones eternas e innecesarias, basta con citar al filósofo marxista Antonio Gramsci quien, privado de su libertad durante el fascismo italiano, escribió que la educación es selectiva y sólo sirve para mantener el pensamiento hegemónico de turno.
De este modo, Francia, creadora de un mundo ideal y forjadora de un modelo de pensamiento que se suele conocer como “el más civilzado, correcto y único posible”, se encuentra en una encrucijada difícil de salir. El malestar económico que viven los nativos de Francia (producto de las crisis de 2009) encajona a políticos en decisiones absurdas y racistas. Sin embargo la sociedad de iguales que el laicismo desearía construir se da respetando las culturas que conviven a diario; por eso es tan difícil de concretar entre seres humanos acostumbrados a querer colonizarse los unos con los otros. Pero a fin de cuentas, la democracia de la república francesa no se erige sobre el sometimiento como única vía, sino en la representación de intereses previamente consensuados. Y más si hay mujeres en riesgo.
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