miércoles, 27 de julio de 2011

Live and let die.

La habré visto hace cuánto? 6 días o una semana. No estoy muy segura. Y sin embargo todavía sigo pensándola, tratando de digerir qué es aquello que me fascinó de Oldboy, siendo la película tan dura y violenta que resulta ser (quizá me pese más el hecho de no amar las cintas de culto). Así llego a una conclusión y trato de convencerme de que esa fascinación subyace en una serie de experiencias personales que, de alguna forma, están reunidas en esta película. 

Dae-su Oh sale de su encierro de 15 años, desorientado, buscando respuestas sobre quién y por qué lo mantuvo tantos años en cautiverio. Una vez en libertad, ve un hombre, quiere que lo escuche, sentir su piel... en fin, el actor Min-sik Choi se encarga se realizar una serie de acciones tan cargadas de sinceridad y credibilidad que abruman. Durante ese período de encierro hermético y lejos del contacto humano, él aprendió la sabiduría de reír para que otros rían con vos, en vez de llorar para no alejar a los demás, así  Dae-su Oh se arma de la fortaleza que debemos tener los humanos. Esa fuerza humana la emplea para llevar a cabo una venganza sin piedad contra sus secuestradores. La conjunción de escenas violentas con la exquisita música de Vivaldi (mi compositor clásico favorito) es magnífica.  Vivaldi también aparece en esa escena en que Dae-su Oh llega a un restaurante y, sintiéndose muerto muerto para el mundo,  le pide a Mi-do un pulpo vivo y luego se lo come: quiere sentir la vida correr por su cuerpo; orquestación repugnante y hermosa al mismo tiempo. 

 Pienso a la Oldboy de Chan-wook Park como un thriller psicológico muy cerca de la admirable Psicosis de Alfred Hitchcock. Y cuando veo a Dae-su Oh, veo al conde de Montecristo de Alejandro Dumas (Park mismo lo reconoce durante el film). Pero más lo veo y más se parece a Frederik Starks, personajes de unos de mis escritores favoritos: John Katzenbach. Dae-su Oh y Starks  caen presos de alguien que los sigue por provocar un daño que ellos no recuerdan o no tienen presente. Viven con miedo, son cobardes e ingenuos. Y sin embargo ambos dan una vuelta de tuerca: transforman el miedo en odio y ejecutan al odio en la planificación y ejecución de la venganza (aunque Starks tenga mucha más suerte). Deciden pasar de víctimas a victimarios.  

Y qué decir del final: inesperado, rebosante de locura, de odio, crueldad y tan complejo que es indescriptible. Por eso, por esa complejidad que tiene Oldboy es que la sigo pensando. Lo único seguro que tengo es esa conmoción, ese shock que me dejó haber visto en un thriller tantos elementos que hacen a mi propia vida: Vivaldi, Katzenbach, Dumas, Hitchkock y esos deseos que tenía Dae-su Oh de sentir el fluir de la vida en el cuerpo, sentir la vida, ya que por muchos momentos me siento muerta para el mundo.  Y allí es cuando sonrío y me guardo las lágrimas en el alma.  

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