miércoles, 20 de julio de 2011

Temple de Acero: el valor de los Coen

Qué se puede decir sobre Temple de Acero, salvo que abundan las opiniones desencontradas y muchas negativas que tan sólo se le ocurrían a alguien con un verdadero temple de acero. Y hágase valer la redundancia. Porque es una película que lo tiene todo: humor, emoción y la realización de los hermanos Coen.


Ethan y Joel Coen se han cansado de repetir que Temple de Acero no se trata del remake que Henry Hathaway dirigió en 1969 con la compañía de grandes estrellas como el “rey del lejano oeste”, John Wayne, y el magnífico Robert Duvall. Sí se trata de una adaptación de la alucinante novela de Charles Portis, lo que tampoco implica que el dúo dinamita haya caído en la “nueva” estrategia hollywoodense de la adaptación y el remake.

En gran parte es cierto que la película es extremadamente respetuosa con el libro de Portis y el largometraje de Hathaway. La mayoría de las escenas y los diálogos que aparecen tanto en la novela como en el filme del 69 están al pie de la letra. ¿Algo malo? En absoluto. La fastidiosa estrategia hollywoodense muy pocas veces puede convertirse en un deleite y ser mejor que la película que pretende adaptar o rehacer. Pero para ello hay que estar abastecido de un casting explosivo y tener la audacia narrativa y temática de la impronta Coen.

El primer acierto comienza desde el principio de la película. Mattie Ross (Hailee Steinfeld), una niña de 14 años, decide hacer justicia en nombre de su padre, quien ha sido asesinado por su empleado, el ladrón y ahora fugitivo Tom Chaney (Josh Brolin). El Temple de Acero de los Coen va directamente al grano, ahorrándose la inútil necesidad que implica contar cómo murió el padre de Mattie, como sí lo hace la película de Hathaway (fiel imitadora del libro de Portis). Por lo contrario, los hermanos prefieren dejan participar al espectador en esa construcción imaginaria de los hechos, siendo perfectamente conscientes de que muchos de los errores del cine son debido a la lentitud para llegar a los hechos que realmente importan.

Luego el filme continúa sin grandes desvaríos, en un claro acto por venerar los perfectos diálogos y meticulosas descripciones del libro de Portis. La policía local no está interesada en seguir a un forajido. Por ello Mattie contrata al sheriff Rooster Cougburn, un viejo borracho de gatillo fácil interpretado por Jeff Bridges. 

Bridges es una máquina de hacer éxitos desde que ganó el Oscar por su actuación en Loco Corazón (2009). Por lo tanto, no hace falta saber que brilla en Temple de Acero con un personaje gracioso y, a la vez, miserable. Quienes realmente han llamado la atención son Hailee Steinfeld y Matt Damon. Steinfeld –de tan sólo 15 años- maravilla con su interpretación de Mattie: refleja valentía, impulsividad, inteligencia y un verdadero temple de acero. Matt Damon ha demostrado lo dócil que puede ser al realizar un papel desopilante como el ranger de Texas LaBeouf, un hombre cobarde, miserable y engreído que también persigue a Chaney y por eso acaba uniéndose al dúo Mattie-Courburn.

¿Si con Temple de Acero se han desvirtuado los Coen? Claro que no. Para antecedentes olvidables alcanza y sobra recordar Crueldad Intolerable (el verla es un Amén a su nombre). Por el contrario, Temple de Acero debería posicionarse como una de sus mejores realizaciones, junto al Gran Lebowski (1998) y Sin Lugar para los Débiles (2007).

Temple de Acero sí es diferente, pero en el buen sentido, ya que le otorga un aire innovador al historial de los Coen. Muchas veces en los artistas surge la necesidad de arriesgarse en busca de nuevos horizontes, sino se caería en un absurdo sistemático, monótono y predecible.

Por primera vez en sus 15 producciones los hermanos Coen incursionaron en el western e introdujeron nuevos elementos. El film fluye con más naturalidad, humanidad, emoción y posee mucha menos violencia en comparación a relatos anteriores. Tal vez es debido a que en 25 años de carrera, Ethan y Joel incluyeron la mirada de una niña a quien, aún así, no privan en ningún momento de mostrarle la crueldad y la ley del ojo por ojo, que manejan los adultos del viejo Oeste. Sin embargo permanece un juego entre violencia y conmovedores actos de humanidad. Un ejemplo de ello es una de las escenas finales entre Bridges y Steinfield, cargada de un cierto sentimiento paternal que emociona hasta los huesos.

Los nuevas incursiones en la película se mezclan con elementos ya recurrentes. Por ello percibimos la fragancia “coeniana” en cada fotograma. El empleo del humor negro, lo absurdo, el ridículo y la ironía para relatar las miserias humanas es un elemento que sigue en pie. En Temple de Acero, los adultos que vendrían a ser Cougburn, LaBeouf, Chaney y el bandido Ned Pepper son personajes brutos, patéticos, ambiguos y poco serios. Ellos quedan ridiculizados, mientras que la valentía de una niña-mujer es enaltecida.

Temple de Acero rompe con varios esquemas de los Coen. Para muchos demasiado críticos, el resultado fue caótico. Para nosotros, una película ideal para disfrutar. Hace mucho que no se veía una western y una como ésta. Probablemente ese ejercicio se perdió desde que la aburridísima Danza con Lobos generó un odio-western-colectivo cuando le otorgaron un Oscar por mejor película y muchos pensamos que en realidad debería ser condenada a 100 años de olvido por aburrimiento. Quizá desde allí muchos injustamente olvidamos el buen momento que se pasa con una perfecta y entretenida película del viejo oeste. Ahora el goce regresó y está a flor de piel. Hermanos Coen, otra ronda más de western, por favor.


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