martes, 24 de julio de 2012

De repente se olvidó de todo, incluso de su nombre y su pasado que antes tanto la había atormentado. No había nada en el mundo excepto la visión de ese puente dividiendo las aguas que reflejaban esos vetustos edificios de roca. Había árboles. Y los árboles contrastaban con los tonos sepia del paisaje. Era un paisaje tan triste y tétrico que ella no sentía absorber esa tristeza, sino que veía en él el color del alma propia. Se quedó prendida a la visión y sus ojos risueños recorrieron cada detalle de ese lugar. Las palabras se encerraron y enmudeció a penas se dio cuenta dónde estaba, ¿sería posible que estuviera allí, en su anhelada Praga, su posible lugar en el mundo? ¿cómo? ¿cuándo pasó? ¿con qué dinero? Las preguntas comenzaban a aclararle la mente. Pero sentía que se ahogaba, le faltaba el aire. Hasta que sintió un sacudón: dos manos le jalaban los hombros y la llevaban a la superficie. Era su madre quien la enderezó en sus pies y rompió el hechizo. En realidad, ella se había arrodillado en la vereda de una agencia de turismo  para contemplar durante minutos la foto de esa ciudad que colgaba en el vidrio. Su mamá la tomó de la mano y la atrajo hacia su cuerpo. Ella torpemente la abrazó, giró la cabeza hacia la calle y el calor de Santa Fe le besó la frente. Dio sus primeros pasos por la avenida y tropezó. La realidad descendió con violencia hacia mi cuerpo. 

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