domingo, 12 de agosto de 2012

Entre la negación y lo explícito.


Kevin es el contexto. Es esa serie de manchas rojas que remiten al amor y el odio, como si  ambas pasiones -tan disimiles- pudieran confundirse en la misma cosa. O persona. Es ese el contexto que atraviesa la carne de Eva y la hace caminar por "la delgada línea roja", entre la entrega absoluta y el abandono, entre la desconfianza y la creencia... en fin: entre el rencor más visceral y el amor desmedido hacia una criatura que es tan hermosa como abominable. Un niño que es la encarnación  del Anticristo y que, irónicamente, Eva fue quien le dio a luz, a sabiendas de que el amor hacia la maldad tiene como consecuencia al infierno más ardiente (una sociedad que la juzga). 



Por eso, We Need to Talk About Kevin no navega en la superficialidad de las vivencias de una familia atormentada por el alma de su hijo. Por el contrario, explora en las profundidades de dos padres que niegan el vacío espiritual de un niño cuya maldad es, evidentemente, natural. Mientras que el padre sueña ingenuamente con la familia perfecta, la madre percibe que algo anda mal con ese hermoso niño y, sin embargo (por eso), acaba cayendo en sus redes encantadoras. Al relato no hay que darle tantas vueltas. Kevin es la maldad innata, sin un pasado triste o un presente inestable. Es la crueldad y la perversión más pura que puede haber. Tan pura como la ingenuidad presumida en un niño. Kevin es el contexto. La criatura que apunta su flecha con el propósito de teñirlo todo de odio y amor. La mancha roja que se expande hasta arrasar con la vida de los demás. 

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