martes, 2 de agosto de 2011

Aprender a Vivir o cómo aprender sobre la dificultad de innovar en el “sueño Americano”.


Aprender a Vivir, es sobre literalmente, aprender de la vida: tomarla por lo que resultar ser y no por lo que sería y enfrentarla, pero no idealizarla. Al menos, esa parecería ser clase de historia que el debutante cineasta, Derick Martini quería contar con su opera prima.

La película anduvo cosechando excelentes críticas desde que el año pasado cuando salió de Sundance, el famosísimo festival de cine que cada mes de enero alberga cientos de producciones independientes a nivel mundial.

Aprender a Vivir es una película que combina de manera muy prolija el drama con tintes de humor negro. La historia que escribió Martini junto a su hermano es un tanto autobiográfica y compleja. Por ello la excelencia que logró el filme reside en Alec Baldwing y Rory Culkin, dos excelentes actores que se los ve realmente comprometidos con sus interpretaciones.

“Aprender a Vivir” comienza a partir de dos familias disfuncionales que viven en un barrio de Long Island a finales de la década del 70. Una de las familias está encabezada por Mickey Bartlett (interpretado por el genial Alec Baldwing, The 30 Rock), un hombre alcohólico y ambicioso; la otra familia en cuestión es de su vecino, Charlie Bragg (Timothy Hutton), un desempleado enfermo Lyme (por eso el nombre original de la película es Lymelife). Ambas familias viven un presente cargado de infelicidad y vacío existencial producto de querer escalar socialmente y conquistar el famoso “sueño americano”.

Charlie es un hombre enfermo, depresivo y desempleado que diariamente compra boletos de trenes para fingir que busca trabajo y, mientras tanto, su esposa vive una relación extramatrimonial con Mickey, quien es al mismo tiempo es su jefe. Brenda, esposa de Bartlett, es consciente del engaño y proyecta su infelicidad y humillación en la sobreprotección de sus hijos, Scott y Jimmy. Scott, es un chico de 15 años, algo torpe e ingenuo, que busca comprender el mundo que lo rodea, mientras que su hermano mayor, Jimmy se alista para en la guerra de Malvinas para alejarse de la agobiante conflictividad familiar.


A simple vista, la historia de la película no es suena muy convincente ya que demasiado se ha machacado la maldición del “sueño americano”, sobre todo en las producciones de Sam Mendes, como la ganadora del Oscar “Belleza Americana” (1999) y su más reciente película “Sólo un Sueño” (2008).

Sin embargo, si hay algo que hace se aprende a partir del ejercicio de ver cine independiente es que los trabajos en fotografía y elenco actoral nunca deben menospreciarse. Y Aprender a Vivir no es la excepción a la regla. En el relato, son los hijos mejores de las familias quienes le dan a la película un sello propio, dotándola de frescura, inocencia y un cierto ángel. Scott (Rory Culkin, hermano del conocido “Mi pobre angelito”) y Adriana Bragg (Emma Roberts), son dos adolescentes que intentan distanciarse del sufrimiento que les causan los conflictos domésticos entre adultos. Ese lazo de dolor que los une, al mismo tiempo hace que los dos vayan creciendo y comenzando a descubrir y aprender de quiénes son, de esa identidad que van configurando. Entre Scott y Adriana gira la película: todo está en sus diálogos cómicos y en esas escenas tiernas que quizá jamás hayamos visto con anterioridad. Probablemente, en esos pequeños gestos de inocencia resida el gran salvavidas que permite seguir contando una y mil veces, la vieja maldición de soñar tan sólo con dinero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario