martes, 27 de septiembre de 2011

Die Welle.

Personalmente, me impactó muchisimo esta película. Como ya dije sobre Copia Certificada, el cine es  arte y el arte nos interpela en maneras diferentes. Todos somos sujetos irrepetibles: vivimos, pensamos, actuamos de formas distintas y cada vez que encontramos en los otros ciertas similitudes, instauramos lazos muy fuertes (así de vanidosos, también somos). Y como sentimos diferente por el simple hecho de ser diferentes, una película despierta diferentes emociones. Como dijo Shakespeare, "todo depende del cristal con que se mire". En post anteriores sostuve que Medianoche en París me hablaba de los sueños que abrazamos con algo de ingenuidad, pero con insistencia a lo mejor se cumplen; en In The Mood for Love afloraba el insoportable  sentir de un amor inconsumado; en Tropic Thunder me descollaba de la risa y con La Tumba de las Luciérnagas tenía la necesidad de expulsar las lágrimas para limpian el alma que, a veces, suele pesar.

 En Die Welle, creo que se debe a que particularmente tengo -y no lo niego- sentimientos fascistas cada vez que me frustro por democracias corruptas que en realidad no garantizan ningún bienestar en la sociedad. Veo violencia. Veo inseguridad. Veo inestabilidad laboral y saqueos a todos nuestros recursos naturales. ¿Qué NO sentir ante tanta incertidumbre en el horizonte? Y es ahí cuando aparece la irracionalidad de las emociones. Siempre presente en cada uno de nosotros, dispuesta a arrollarnos con el odio inexplicable. Siempre latente. Y por eso, Die Welle.


 Todo gira en torno a la fuerza. Es el control absoluto sobre el monopolio de la violencia el cual sostiene el poder. “Fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo”.

 Ron Jones ideó ese lema en 1967 para sintetizar un experimento escolar escalofriante. Jones era un simple profesor de historia que trabajaba en una escuela secundaria de Palo Alto (EE.UU). Sin embargo él tenía una gran aspiración: demostrarle con hechos a sus alumnos que aún las sociedades democráticas son propensas a convertirse en autocracias. Los sujetos del experimento fueron sus alumnos. Jones los obligó a obedecerle durante sus clases, que tenían un carácter militar. Pero los alumnos se apropiaron de tal manera de la experiencia, que ésta se expandió a través de toda la escuela bajo el nombre de “La Tercera Ola”.

 40 años después nació “La Ola” o “Die Welle” (en su nombre alemán), una adaptación cinematográfica de la historia ocurrida en EE.UU, realizada por el director germano Dennis Gansel. La Ola, hoy en día quizá cobra mayor significado desde el lugar que la planteó el director: Alemania siempre parece estar en un estado latente que vaticina la llegada de grupos neonazis. Hoy más que nunca debido a la crisis económica que genera inestabilidad laboral y su consecuente xenofobia, situaciones que incrementan los popularidad de grupos de la derecha más extrema.

 La historia de La Ola comienza cuando al profesor Rainer Wenger le toca enseñar a sus alumnos un seminario sobre autocracia como forma de gobierno. Wenger es un hombre de espíritu jovial y rebelde, por lo cual en principio se encuentra reacio a instruir ese tema.


 Sin embargo, la situación da un giro cuando ve que sus estudiantes se muestran escépticos. Para ellos, la Alemania de hoy es un país superior: el nazismo es una parte de la historia que derramó demasiada sangre y por lo tanto, es impensable que vuelva a suceder. Pero Wenger les pregunta, “¿Creen que es imposible que vuelva a implantarse otra dictadura en Alemania?”.

 Gansel cree que sí. Por lo tanto, estructura su relato de forma sencilla: plantea su tesis sobre la cual se argumentará para llegar a una conclusión esperada, pero estremecedora. Wenger decide experimentar con sus alumnos para que ellos sientan qué es vivir en un régimen militar. Por ello, emplea en su clase técnicas fascistas como el sometimiento y obediencia a él, un líder carismático y atlético exponente de la raza aria; la postura, la inflexibilidad en clases y la creación de lazos de comunidad que eliminen toda diferencia social.

 El grupo de adolescentes se siente motivado por las clases de autocracia y lo que comienza como un proyecto adquiere vida propia, a partir de un movimiento llamado La Ola. Este grupo es a quien, en realidad, Gensel dirige su película. La mayoría de ellos son chicos que buscan contención ya que se sienten solos, frágiles, sin sentido de pertenecía y con carencia de ideales (“Paris Hilton es la más buscada en Internet”, resume uno de los personajes del filme).

 Este conjunto de sentimientos representa para Gensel una mentalidad influenciable. Pero aquí yace la principal flaqueza del filme: el estereotipo con el cual el director aborda la problemática adolescente. “La Ola” está mucho más pendiente de realizar actos de exhibicionismo y vandalismo en nombre de una causa que, asimismo, no tiene objetivos ni ideales concretos. Sin embargo, para el director ello es la esencia de la autocracia: “Fascismo. Todos nos hemos considerado mejores; mejores que los demás, y lo que es aún peor, hemos excluido de nuestro grupo a todos aquellos que no pensaban igual. Les hemos hecho daño...” pone el director en palabras del profesor Wenger.

 Volviendo al planteo anterior: ¿es posible regresar a una etapa de la historia que aborrecemos? Sí, lo es y en La Ola está perfectamente argumentado. La reflexión final suele dejar a cualquier espectador entumecido, algo aturdido. Aún más si somos conscientes que hemos repetido hasta el cansancio “NUNCA MÁS”. No vaya a ser que la inflación, el malestar social, la violencia y la individualidad en la sociedad deriven en una Ola. Y nos arrolle nuevamente.


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