sábado, 6 de julio de 2013

A pesar de todo, queremos tanto a Haneke

"Shubert era bastante feo, ¿sabías? 
Con tu apariencia nada podría herirte."

(Atención: se revelan detalles de La Pianista.)

Desde hace poco empezó a germinar en mí una cierta fascinación por Haneke. No es grande como la de Tarantino, Miyazaki o Wong Kar Wai, sino que es tenue y tiene que ver con su capacidad para elaborar personajes tan complejos pero tan claros al mismo tiempo. Fáciles de entender, ya sea por cómo se comportan, por sus expresiones faciales y, en menor medida, por aquello que dicen. 

En un pequeño y viejo post, ya remarqué el valor dramático de las acciones que realiza Georges en Amour (quienes la vieron, sabrán a qué me refiero, sobre todo a la famosa escena del almohada) y que, en cierta medida, es lo que lo define como persona. 

La música también se hace un lugarcito puesto que Georges y Anne eran profesores de piano. Me gusta que Haneke no utilice la música clásica para manipular emociones malogradas y que no la vuelva la panacea del mundo. La música tiene una utilidad o instrumentación concreta y en La Pianista -película, por cierto, ultratrangresora para la fecha- su personaje la toma de la misma forma que él: con pasión, pero con clara y racional ejecución.  

En La Pianista, Erika Kohout (la grandísima Isabelle Huppert) llega tarde a su departamento ubicado en alguna calle vienesa. Su madre le sale inmediatamente al cruce y, enojadísima por su demora, le arranca el bolso para revisárlo y ver en qué anduvo. Sólo le encuentra un vestido pero el gesto policial es tan enorme que su hija se enfurece y se lanza a tironearle el pelo entre gritos y reproches que luego se ofuscan entre abrazos, perdones y confesiones de amor. Por los enfados y controles de su madre, sabemos que Erika frecuentemente (o no tanto) actúa de esa manera: vuelve muy tarde, sin decir dónde, con quién y qué hizo. Parece la escena la típica escena de una madre con su rebelde hija adolescente.  Sólo que la madre tiene alrededor de 80 y Erika ya tiene más de cuarenta y una longeva e intachable reputación como profesora y concertista de piano. 

La relación de Erika con su madre la podemos rastrear en aquella que mantiene su alumna, Anna Schober con su madre: las mujeres sin gracia, sin amigos pero con talento musical  deben vivir una vida ascética, cuasi monacal, de dedicación, obstinación y perfeccionismo bajo el ojo vigilante de la madre. Por eso Erika es como ella misma se describe: desapasionada, conservadora, técnica, fría, racional; en fin, una profesora que no le tiembla el pulso si tiene que maltratar psicológicamente a alumnos que osen tocar a Schubert con pasión . "No tengo sentimientos, mételo en tu cabeza. Y si, alguna vez los tengo, no vencerán mi inteligencia" afirma en un pasaje de la película.
 
Hasta acá se trata de algo "típicamente Haneke" (si tal cosa existe y si Haneke realmente se recicla en recursos): una mujer árida que ejerce como profesora y concertista de piano en un ámbito social burgués de apariencias cuidadas y actitudes marcadamente conservadoras. La cuestión es que si lo típicamente hanekiano existe, entonces, falta el componente de perversión sexual, el lado nocturno de Erika que sale a la luz cuando conoce a Walter Klemmer.  Erika odia el contacto humano, por eso mismo, y para satisfacer sus anhelos sexuales, frecuenta sexshops, tiendas de videos xxx (donde, de paso, la condena la sociedad machista), compra revistas pornográficas, goza con el voyeurismo y se autoflajela.  

Cuando su joven y galán estudiante Walter Klemmer (un rejunte del típico macho alfa: rubio, estudiante de ingeniería, jugador de hockey y pianista) le jura estar perdidamente enamorado de ella lo rechaza para, finalmente, ceder a la tentación de estar con él. 

Ahora bien, es innegable que, a medida nos aproximamos al final, el ambiente de La Pianista tiende a enrarecerse bastante, lo que me ha dejado desencajada hasta un cierto punto donde todavía me sigo cuestionando la propia filosofía que subyace a la trama de Haneke. Cuando Erika, entre indiferente y entregada, le cuenta a Walter sus deseos masoquistas éste obviamente se siente como cualquier espectador que estuviera en su lugar: sorprendido, perdido y con gran rechazo. ¿Qué hacer si la persona que crees amar te dice que quiere una relación pero bajo condicionantes sádicos? Haneke lo pilotea bien. Hay algo mal en Erika. ¿Acaso es su sexualidad producto consecuente de las reminiscencias del pasado y su enferma relación con la madre? 

Pensé que sí. Sin embargo, empecé a considerar la idea de que, a lo mejor, Erika no está sencillamente mal. Con todo el esfuerzo del mundo se abrió ante un hombre que reclamaba amarla, se valió de la confianza que le daba ese sentimiento para revelar lo que nunca le había dicho a nadie. Y Walter la rechazó y cuestionó su mentalidad. Sin embargo, el quiebre de Klemmer sobre el final abre otra posibilidad: no se trata tanto del origen del masoquismo, sino que el punto conflictivo es pese al común comportamiento de la sociedad burguesa y su moral de doble filo, que, siendo superficial hasta limitar con la hipocrecía, dentro pululan las miserias, el costado más aterrador del ser humano.


Haneke: ¿sobrevalorado o no?
La pregunta del millón: ¿qué carajo entendieron en La Pianista? 
¿Debería ir al cine a mirar Superman y Guerra Mundial Z? ¿Henry Cavil me salvará de convertirme en Erika Kohout? ¿
Tienen pesadillas con las perversiones y rarezas hanekianas? 

Aur revoir hasta el próximo post, traigan baggetes (?), masas finas, literatura, música clásica y no se depilen ni se bañen porque nos hacemos los intelectualoides franceses con la trilogía de los colores de Krzysztof Kieślowski (lo copié de internet, ni en pedo escribo el nombre yo sola)   

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