Y tu nombre permanece en el vacío. Guardado en un cajón de quimeras, estacado en las venas, acelerando el pulso; hirviendo la sangre. Porque prefiero guardarte artificial a tener que conjurarte con la voz y arrojarte a la materia. Porque por algún motivo
todavía seguís ahí, latiendo en la cabeza, dándole respiración a frágiles espejos. Sin enunciarte por miedo a desintegrarte.
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